lunes, 22 de diciembre de 2008

DE LAS VIRTUDES DEL EDUCADOR

Discurso pedagógico “De las virtudes del educador”, Paulo Freire
Conferencia en Buenos Aires, Argentina

En la conferencia, el educador brasileño Paulo Freire nos departe de ‘la reflexión crítica sobre las virtudes del educador’ como una forma de ser, de encarar, comprender y comportarse en sondeo de la transformación de la sociedad.
Estas virtudes son de los educadores y educadoras que estén comprometidos con un sueño político por la transformación de la sociedad, en el sentido de crearse socialmente, históricamente, para transitar hacia una sociedad más justa.
Una es la virtud de la coherencia, según la cual necesitamos disminuir la distancia entre el discurso y la práctica, de tal manera que la práctica sea también discurso y el discurso sea práctica.
Según Freire, sería imposible alcanzar jamás la coherencia absoluta y en segundo lugar sería fastidioso.
La virtud y la calidad de la coherencia, es la virtud norteadora, es una virtud generadora de otras virtudes.
Otra virtud es de aprender a luchar con la tensión entre la palabra y el silencio. Cómo contractar con esta tensión permanente que se crea en la práctica educativa entre la palabra del profesor y el silencio de los educandos, la palabra de los educandos y el silencio del profesor. Si uno no trabaja bien, puede que su palabra termine por sugerir el silencio permanente de los educandos o con una apariencia de inquietud en los mismos. Por eso tienen que asumirse como sujetos del discurso y no ser meros receptores del discurso o de la palabra del profesor.
No es bueno conocer sin preguntarse y sin preguntar. El educador debe fomentar el gusto de la pregunta y el respeto a la pregunta.
Otra virtud es de trabajar en forma crítica la tensión entre subjetividad y objetividad. Si la subjetividad crea la objetividad entonces no hay que transformar el mundo, la realidad concreta, sin las conciencias de las personas. “Cuando se tenga una humanidad bella, llena de seres angelicales, de esta humanidad saldrá una revolución”; esto no existe, ya que la subjetividad cambia en el proceso del cambio de la objetividad. Yo me transformo al transformar. Yo soy hecho por la historia al hacerla.
Reducir la subjetividad a un puro reflejo de la objetividad significaría que sólo sería suficiente la transformación de la objetividad y al día siguiente tengo una subjetividad maravillosa.
Otra virtud sería entre el aquí y el ahora del educador y el aquí y el ahora de los educandos. A medida que voy comprendiendo, empiezo a descubrir que mi aquí es el allá de los educandos, que no hay allá sin aquí. Si no hubiera un allá no comprendería donde estoy.
Hay que respetar la comprensión del mundo, la comprensión de la sociedad, la sabiduría popular. Leer es una cosa muy difícil y muy responsable. Y hay que tener mucho cuidado de que al leer un texto, prohibirse estar leyendo no el texto que el autor escribió sino el texto que al lector le gustaría haber escrito.
Él habla también del partir de los niveles en que se encuentran los educandos. Hay quienes piensan, que el contrario positivo de la manipulación es el espontaneísmo. Yo rechazo los dos, porque uno no es el contrario positivo del otro. El contrario positivo de los dos es la posición sustancialmente democrática.
Esta virtud se prolonga a la comprensión profunda de la práctica y la teoría como unidad contradictoria. Que la práctica no puede prescindir de la teoría. Entonces, hay que pensar la práctica para poder mejorarla. Esta cuestión de pensar que todo lo que es teorico y académico es malo, es absolutamente falso.
La ultima virtud es la de aprender a experimentar la relación entre paciencia e impaciencia. Si uno rompe a favor de la paciencia cae en el discurso tradicional de quietismo.
Nosotros encontramos en los grandes líderes revolucionarios de la historia, la de vivir pacientemente impacientemente. Esta virtud tiene que ver con la comprensión de lo real, con la comprensión de los límites históricos.
Y todo esto tiene que ver con la relación entre lectura del texto y lectura del contexto; leer la realidad sin leer las palabras, para que, así, se puedan leer bien las palabras.

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